
Sentir una duda es engendrar el temor y la incertidumbre de manera constante, aun reconociendo que la misma forma parte de esa libertad que Dios nos brindó desde el momento que fuimos entregados al mundo. Inclusive pudiéramos pensar que es una debilidad tan normal como el aire que respiramos. Aun el mismo Jesús, estando a punto de expirar, exclamó al cielo en un acto evidente de desespero y dolor (Mateo 27:46), lo cual nos puede ayudar a entender la esencia básica de la duda cuando las cosas no están saliendo como esperábamos.
El problema de la duda no es sentirla, sino acostumbrarse a ella y no hacer nada para erradicarla. La ventaja, cuando se ataca una duda, es que no existen intermedios: o es verdad o es mentira. Cuando es verdad todos los sentimientos que debilitan se acaban, aun sabiendo que se puede estar entrando en los predios del dolor, si la verdad adquirida está en contra de nuestros deseos y aspiraciones. En el caso contrario, siendo mentira, nos aferra a nuestros principios de vida y a la óptica con la cual miramos nuestro entorno social y familiar. Es decir que en cualquiera de los dos casos, por dolorosa que sea la verdad o la mentira, existe un descanso interno, una paz interior que libera. Por eso con una duda no se puede vivir.
El problema de dudar no radica en la duda misma, sino en utilizarla para ocultar nuestros temores y limitaciones, convirtiéndose, cuando no se actúa, en un freno inmediato a nuestro desarrollo personal y espiritual.
Como ya lo acotábamos, la duda no es la que “mata” nuestras aspiraciones o realidades, es la pasividad del ser humano ante ella (s) para no resolverla (s) la que aniquila la paz del alma. Vivir con una duda es como caminar con un ojo cubierto al borde de un precipicio de dos caídas y disculpen la insistencia en esta afirmación, pero se debe estar claro y asumir un compromiso valiente cuando de eliminar dudas se trata.
Todos los días la incertidumbre forma parte de nuestras vidas, como consecuencia intrínseca del agitado mundo en que habitamos. Dudamos de nuestro entorno social, de nuestros líderes, del futuro inmediato y a largo plazo que nos espera. No sabemos cuándo alguien dice la verdad, o la misma a medias; si nuestros hijos lograrán ser lo que esperamos; por qué existen tantas divisiones como injusticias en el mundo; si Dios existe, y si es así, será que nos escucha? En fin, escuchamos tantas cosas, y le ponemos atención a tan pocas, que dudar es hoy, mas que nunca, un añadido de nuestra existencia.
Si bien dudar puede ser hasta positivo cuando se busca la verdad, las dudas que atentan contra la fe no pueden esperar. Un hombre que no tiene fe o que la misma se debilita por darle paso a las dudas, debe actuar de manera decidida para que su relación con Dios no se reduzca si la ignorancia lo ataca.
En Romanos 4:19-21, vemos como el gran patriarca Abraham nunca duda de las promesas de Dios pese a su avanzada edad. El nunca dudó ni debilitó su fe por los temores. Así mismo nosotros debemos cuestionarnos qué tan grande y cierta es nuestra fe en Dios. Qué tan importante es Jesús en nuestra vida y qué valor tiene el Espíritu Santo en mi vida espiritual.
Hace muchos días leía una frase que me llamo poderosamente la atención: “Un católico mal preparado, es un protestante en potencia”, lo cual no debe generar ninguna duda pues es una verdad que punza por su crudeza.
En Juan 20:24-29, se registra uno de los momentos más claros de lo que representa una duda. Cuando Tomás, quien había estado al lado de Jesús todo el tiempo, sabe que muere se desvanecen con él toda su fe al punto que para volver a creer que el Mesías había resucitado tuvo que verlo y sentirlo (tocando las heridas de la injusticia y el dolor), para una vez mas aceptarlo como Dios. Por eso la invitación de Jesús es clara “Felices los que no han visto, pero creen”. De allí que para concluir esta nota, le queda como tarea a usted, amigo lector, hacer una reflexión profunda y mirar en que nivel está su fe. Si la respuesta se asemeja a las vivencias y sentimientos de Tomás, entonces aclárelas con un sacerdote, un diácono o un seglar comprometido y fundamentado, que le puedan no solo resolver los interrogantes, sino invitarlo a estudiar la Palabra y a investigar todas las riquezas de la Iglesia. Ahora bien, si su fe se ajusta a la invitación de Cristo, entonces alabado sea Su nombre, porque tiene en usted no solamente a un hombre seguro y sin temores, sino a un católico sin dudas y comprometido con Su iglesia.
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