
A la Iglesia se le critica simplemente porque la historia le pertenece a través de todos los cambios culturales y sociales de los últimos dos mil años. Por eso impresiona que, a pesar de tantos sufrimientos y persecuciones, un puñado de pescadores incultos lograran cambiar a pueblos enteros eliminando no solo costumbres religiosas arcaicas, sino que sembraron la semilla de amor que dejó Jesucristo con su sacrificio. Si desde su inicio nuestra Iglesia fue procurada en exterminio, cómo no creer que hoy se le siga buscando la caída.
Afortunadamente el Espíritu Santo siempre ha estado ahí, tal como lo prometió Jesús, abanicando con fuerza el corazón de quienes se han entregado por fe y convicción.
Los ataques que aun sigue enfrentando la iglesia, generan un impacto que choca con la incapacidad y el miedo del católico sin formación. Por eso las teorías absurdas y superficiales que los protestantes inventan los apartan de nuestra Madre y de paso los convierten en enemigos acérrimos de un cuerpo que siempre estuvo allí, esperando por ellos, pero que nunca se dignaron a conocer.
Por eso, respondiendo a esta constante, nuestro deber moral y espiritual es conocer y vivir activamente nuestra fe, utilizando la rica tradición que el catolicismo aporta no solo sacramentalmente, sino como cuerpo vivo de Jesús.
Muchos creen que los disidentes del catolicismo son los únicos que cambian su estilo de vida cuando se integran a su nueva secta. Sin embargo, están muy equivocados pues el verdadero católico, el que está comprometido, sabe que para vivir en santidad, como nuestra Madre nos lo propone, necesitamos estar diariamente acompañados del Jesús y nutriéndonos de sus enseñanzas.
Desafortunadamente, porque hay que admitirlo, la fe católica se vive, si se puede llamar así, mas por tradición familiar, que por una experiencia propia de vida. Es por eso que la falta de preparación y conocimiento, pese a que existen los recursos para profundizar en ellos, son elementos ausentes en la gran mayoría de la población cristiana, lo cual deja al católico, social y sin compromiso, vulnerable a cualquier llamado sectario.
Ser católico es más exigente que cualquier otras propuestas creadas por la debilidad y la duda del hombre, debido a la originalidad y plenitud se su doctrina, basada en las instrucciones del Señor. Por eso, contrario a lo que sucede con los que cambian de sede, el catolicismo pleno está lleno de muchas bendiciones, alegrías y satisfacciones. Lo importante, para experimentar una realidad plena, es vivir con compromiso y conocimiento.
Compartir todo lo que la Iglesia tiene para nosotros es un verdadero regalo de Dios. De esa manera la santificamos disfrutándola a plenitud, con el corazón cargado de amor por nuestro Señor Jesucristo y nuestro semejante.
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