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martes, 4 de mayo de 2010

¿Y dónde está mamá?




Desde muy pequeño recuerdo una máxima que se podía leer en el separador de mi libro de catecismo, antes de hacer mi primera comunión: “Que grande será la madre, que hasta Dios quiso tener una”. Después de leer estas sabias palabras, en la parte superior del separador se observaba la imagen tranquila y serena de la Virgen Maria. Allí, sentada en su trono de luz, cargaba a su diestra al pequeño Jesús, mientras que su cálida mirada se llenaba de ternura al contemplarlo. Imagínense, ¡nada menos que al hijo de Dios!, el mismo que fue engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, pero su hijo al fin.

Es curioso como un ser que nace igual que todos, y que también debe regresar a la casa del Padre, esconde las bondades otorgadas por Dios en su capacidad de darlo todo por amor. La virgencita, como es bien sabido (por favor nunca lo olviden), es el mejor ejemplo de humildad y sencillez a la hora de aceptar la responsabilidad que Dios le había preparado. Muchos creerán que fue aceptar ser la Madre de Jesús su gran tarea, pero al igual que esta responsabilidad, su consagración en los cuidados, el afecto y su devoción hasta verlo convertido en un hombre, es tan importante como haberlo cultivado en su vientre y entregado al mundo para que cumpliera su obra redentora.

Por eso Maria debe ser un ejemplo para todas las mujeres del mundo. Es cierto que madre no hay sino una y que casi todas ellas dan la vida por sus hijos. Sin embargo, así duela reconocerlo, el papel maternal de la mujer poco a poco se ha ido transformando durante los últimos lustros, al punto que muchas le dan más importancia a su desarrollo profesional y personal, que al ambiente familiar. ¿Será por eso que, de alguna manera, existen muchos chiquillos que hoy se mueven en ambientes donde un consejo o un gesto de amor son escasos, por no decir que nulos?

Que una mujer crezca como persona, como profesional, al nivel que ella lo desee es loable y digno de respetar, aplaudir y apoyar. Lo que no pueden evadir, por mucho que quieran, es que solamente ellas como mujeres saben ser madres. Una mujer consagrada a su responsabilidad materna nunca podrá negar el amor y el cuidado que los hijos requieren. Solo ellas, por ese don especial, saben qué, cómo y cuándo sus hijos requieren de un beso, un abrazo o sencillamente un te quiero.

Por eso no solo debemos enaltecer la labor que toda madre cumple en su hogar, sino que tenemos que reforzar la invitación para que nunca se alejen de su delicada misión. La mujer cristiana en general, y la católica en particular, como tal, debe entender que es ella, con su ejemplo, la mejor guía para aquellos jóvenes que curiosos y faltos de experiencia no pueden resistir las tentaciones del mundo moderno.

Así como la Virgen Maria son nuestras madres. Son ellas las que hacen la gran diferencia en este mundo enredado y convulsionado que hoy habitamos. Sin su sensibilidad la vida no tendría sentido, por eso Dios puso la mujer al lado del hombre para que fuera no solo su complemento, sino su gran soporte.

Son ellas, las madres, los seres encargados no sólo de poblar al mundo sino que fomentan la inspiración de quienes pueden hacer la diferencia. Si bien el refrán sostiene que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, no menos cierto es que cada gran líder siempre conserva la imagen de una gran madre como fuente inequívoca de sus primeros aciertos.

Son ellas, con su amor, conducta, consejos y paciencia, quienes nos invitan a ser mejores seres humanos. Es triste ver como muchas mujeres evitan su papel fundamental en la familia para buscar un lugar trascendental en la sociedad. Una cosa, que nace del afán del hombre, no puede ser competencia para una misión Divina. De allí que todas nuestras oraciones estén dedicadas hoy a ellas para que sigan disfrutando del privilegio de ser madres y que ojalá sus hijos hoy, más que nunca, valoren la entrega y el esfuerzo que por amor, y nada mas que por amor, hacen las madres por el bien de sus familias.

Que Dios las bendiga a todas hoy mañana y siempre, donde quiera que se encuentren.

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