Traducir/Translation

miércoles, 24 de febrero de 2010

UNA CUARESMA DE VERDAD...SINO PARA QUE


La iglesia vive por estos días el tiempo de la Cuaresma. Una temporada que muchos guardan por tradición, pero no muchos por convicción. Y es allí, en la convicción y el compromiso, donde se marca la diferencia para ponernos en presencia del Señor y unirnos a su sacrificio de amor.

Tal vez lo que expresemos en esta columna no sea nuevo, pero con una sola persona que entienda el verdadero valor del sacrificio, pero ante todo del arrepentimiento, el propósito de la misma está cumplido.

Siendo la finalidad del la Cuaresma procurar el arrepentimiento y la conversión, la gran verdad es que con un solo defecto, con una sola adicción que se elimine, estaremos marcando una gran diferencia con NUESTRA RESPONSABILIDAD DE FE.

Claro está, que antes de iniciar este tiempo de reflexión y meditación profunda, acompañados de una oración constante, vale la pena preguntarnos internamente, con profunda certeza, qué lugar ocupa Dios en mi vida.

Cuando esta pregunta se plantea, muchos afloran respuestas brillantes, hermosas y hasta conmovedoras acerca de la presencia del Señor en nuestras vidas, sin embargo muchas de ellas están alejadas, pero por mucho, de lo que reflejamos en nuestro diario vivir. Somos muy hábiles hablando de Dios y pregonando su amor, pero nuestras acciones distan mucho de sus enseñanzas y mandatos.

De la misma manera que hemos hablado del arrepentimiento y la conversión, es preciso señalar que la Cuaresma no tiene sentido sino se practica el perdón y la reconciliación. Tal vez este sería uno de los aspectos donde mayor énfasis deberíamos hacer. No podemos proponer un cambio sino se erradican todos los males que afectan el corazón y manchan el alma. El odio, el rencor, la envidia y los celos, entre otros muchos defectos, se oponen a los mandatos del Señor. ¿Si Él fue capaz de perdonar y morir por el más terrible de los seres humanos, quiénes somos nosotros para juzgar, cuestionar y sancionar a nuestros semejantes?

Por eso la invitación es frontal: apoyemos a Jesús durante estos 40 días de prueba. Vivamos con intensidad su dolor y sufrimiento ante las tentaciones apoyándonos en una oración constante y profunda. Entendamos que algo debemos entregar a cambio para acercarnos a Él. Si de verdad Cristo es todo lo que decimos que es en nuestras vidas, no podemos negarnos la oportunidad de realizar un cambio real, evidente y profundo para que se aprecie algo distinto en nosotros después de terminada la Cuaresma para alabanza y gloria de su nombre.

Hay algunos manuales de seguimiento que se reparten por esta época, para que tener una guía de meditación y reflexión. Son ejercicios espirituales que se debe hacer con seriedad y compromiso. Al final, cuando esta fase haya concluido, se deben revisar las metas trazadas y aceptar si de verdad nuestro amor por Dios es tan grande como lo profesamos. Solo con resultados contrarios podemos admitir esta verdad o negarla de manera tajante. La respuesta esta en cada uno de nosotros.

Que el Señor nos acompañe y que la fuerza del Espíritu inunde nuestros corazones para que vivamos esta temporada con la promesa de cambio que la misma amerita.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario