Traducir/Translation

miércoles, 10 de marzo de 2010

“Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”




Solo el amor de Dios pudo haber permitido que su Hijo viniera al mundo a recoger nuestros pecados para luego vencer la muerte sacrificado en una cruz, no sin antes glorificar al Padre en todas sus acciones. Lo curioso del Evangelio Juan 11:1-45, es que a pesar de ser testigos director de un milagro, del poder palpable del Hijo de Dios, no todos creyeron en lo que vieron cuando la muerte tuvo que soltar de sus brazos a Lázaro y éste salió caminando de su tumba. Dice La Escritura que “Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él”. Muchos, léase bien, no todos.

Este relato refleja una de las grandes realidades del mundo moderno en todas las esferas: nuestra falta de fe. ¿Por qué seremos tan duros de corazón, tan renuentes a creer en lo evidente, simplemente porque supera la razón y la lógica? ¿A buscar respuestas “contundentes” que luego resultan estar llenas de imprecisiones y desaciertos?

El Señor aseguró que el difunto simplemente dormía. Sin embargo, quienes le rodeaban no asumían la dimensión de Sus palabras. Este es el sueño que tanto nos inquieta. Es la muerte la que nos roba la tranquilidad cuando de ella hablamos o la contemplamos como una realidad añadida que nos puede tocar a cualquier hora. Pregonamos creer en la resurrección, en la vida eterna, en un territorio lleno de paz y amor junto a Dios, al lado de Su Hijo y por la gracia del Espíritu Santo. Vamos a Misa, comulgamos, nos damos golpes de pecho, intentamos ajustarnos a la doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia, a la fe certificada de todos los santos, y aun así no nos queremos morir. Si existiera un tónico para prolongar la vida por muchos años, seguramente que su inventor estaría llenándose de dinero. La fragilidad del hombre es manifiesta a cada momento, en cada instante. Por eso nuestros esfuerzos deben ir siempre enfilados a seguir la brecha que abrió Jesús, esa misma que conduce al reino de los cielos, sin dudar, con fe absoluta, inalterable.

San Juan nos asegura que el Señor fue claro al expresar que quien “camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". Lo mejor es que esa luz nunca se ha agotado, por el contrario, esta allí esperando para guiarnos a un lugar que no solamente fue prometido, sino comprobado por el sacrificio de amor hecho por Jesús. Esto es algo que no podemos olvidar en momentos que vivimos con intensidad la época de Cuaresma, antes de la crucifixión y de que la presencia de Cristo elevara nuestra fe con un hecho palpable y real, ¡la Resurrección!.

¿Alguna vez se ha sentado a reflexionar cómo, cuándo y dónde va a morir? ¿Estaría listo, preparado y en paz en estos momentos si le tocara partir en dos minutos? Seguramente que no. Es hasta atrevido contemplar esta idea, da miedo. ¿Por qué? Nos gastamos toda la vida adorando las cosas materiales, los gustos excesivos y las tentaciones. Es fácil gastarnos toda la vida buscando “ese futuro mejor” y nunca sabemos sí se cumplió la meta, pues siempre estamos insatisfechos. Los ricos muy ricos tendrán el mismo final que los pobres más pobres. Por eso las diferencias entre los hombres, sin importar su origen, no deberían existir. Todos, absolutamente todos, tenemos algo seguro: la muerte.

Sin embargo, quienes queremos decididamente buscar a Cristo, hayamos en Él un camino seguro para lograr nuestra salvación. Jesús lo dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”.

Siendo lo anterior una verdad que no admite reparos en materia de fe, porqué más bien no planeamos hoy, en esta fase de preparación que implica la Cuaresma, las cosas que podemos hacer para vivir mejor, con dignidad y buscando siempre un bienestar común, un futuro alentador para todos.

Por eso, cualquiera sea su plan, no olvide meditar que en algún momento estará obligado a morir, y tenga muy presente que todo lo terrenal desaparece, mientras que en el reino del Señor permaneceremos por siempre. Allí, al lado del Jesús, en el reino de Dios, es donde está la verdadera vida. No se puede vivir con el temor de morir simplemente, sino que hay que vivir con fe para resucitar según lo prometido. Amen.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario