CATOLICOS EN ACCION
Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. (Mat 28:19)
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martes, 15 de marzo de 2011
EL TERREMOTO ATOMICO
“Dios los bendijo y les dijo: "Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra." (Génesis 1:28)
Tristeza, desolación y angustia, son algunos de los sentimientos que hoy consumen a los japoneses después de la tragedia que vivieron hace unos días tras un terremoto de gran magnitud y un tsunami que sorprendió las costas del país momentos más tarde. Las imágenes de la tragedia y el dolor que se vive después de la misma son evidentes y conmovedores. Sin embargo, pese al panorama desolador, el civismo y la confianza que exhiben los ciudadanos nipones son un ejemplo para el mundo entero.
Pese a la falta de alimentos y elementos básicos de higiene, sorprende verlos haciendo las líneas con una paciencia conmovedora. Todos, pese a las necesidades, respetan sus turnos y nadie se pelea por un bocado de comida, pues ellos confían en que la emergencia pronto será controlada y de nuevo tendrán la capacidad de reconstruir las inmensas ruinas.
Ante la magnitud de esta situación, debemos preguntarnos qué está pasando en el mundo. Tal vez los científicos tengan una explicación “lógica” para alimentar las dudas, pero más allá de lo que vemos y sabemos, la verdad es que la tierra pareciera dar muestras de cansancio y fatiga.
Dios, que todo lo puede y de verdad todo lo sabe, nos brindó este planeta no solo para que habitáramos en él, sino para que lo sometiéramos sin descuidarlo y mucho menos atacarlo. Una situación que ha cambiado radicalmente en los últimos 150 años cuando los “avances” industriales y tecnológicos del hombre empezaron a ir en contra de los principios naturales impuestos perfectamente por nuestro Creador.
Repasar en estos momentos el primer capítulo del Génesis, nos adentra en el proceso de creación dispuesto por Dios paso a paso sin importar el tiempo y el espacio. Puso a nuestra disposición todo cuanto se contiene entre el firmamento y la tierra para que aprovecháramos estos recursos y cuidáramos de ellos. Pese a esto, hoy los mares no tienen la misma riqueza que antes; la tierra se derrite lentamente porque los escudos de protección están agrietados y las selvas son menos extensas con animales que cada día se reducen en especies.
Sin embargo, quién puede negar que las pruebas nucleares hechas en los últimos 70 años no hayan causado un impacto irreversible en el mundo que habitamos. La lucha por el poder y el dominio, han hecho que la pelea por el absolutismo no tenga fronteras ni limites.
La energía nuclear, como tal, puede servir para satisfacer algunas carencias de cara al futuro (por el mismo derroche de los recursos naturales), pero si hubiera sido buena, como todo lo que Dios vio cuando estaba creando nuestro planeta, seguramente estaría contenida en Su sabia imaginación. Sin embargo la misma es un invento del hombre que se ha escudado en ella para mostrar su superioridad e imponer condiciones, pues no podemos ocultar que como raza, independientemente del rincón geográfico donde habitemos, la historia universal está plagada de guerras y crímenes constantes por alcanzar “la gloria del poder”. Por eso Dios sufre en Su amor infinito por nosotros y sigue dejándonos abierta la posibilidad de acercarnos a Él para alcanzar Su reino. Un reino donde reina la paz y el amor.
Esta crisis ambiental y atmosférica no es el resultado de los carburantes ni aerosoles (sin decir que los mismos no afecten). El problema es que en los últimos 80 anos el hombre, sin mencionar nacionalidades poco importan, ha hecho un total de 2333 pruebas nucleares declaradas en distintos ambientes (nadie sabe cuántas se han hecho de manera clandestina). Se han explotado bombas en el aire, en el espacio, en el mar y atacando el corazón de la tierra, con la garantía de que son pruebas controladas por la “sabiduría” de un hombre que no cesa de aprender y reconocer que le queda mucho por saber, especialmente cuando la naturaleza demuestra que la sabia conjugación dispuesta por Dios está siendo alterada por nuestra decisión y criterio.
Los textos “especializados”, que se cambian cuando algo nuevo se observa, sostienen que las explosiones nucleares producen variados efectos que son de carácter inmediato (primarios) o retardados (secundarios). Estos efectos que superan la inmediatez de la onda expansiva y el calor asfixiante, tienen un efecto directo en el clima y el medio ambiente “así como la infraestructura básica para el sustento humano”. ¿Se le hacen comunes estas conclusiones?
Está comprobado que la radiación disminuye las defensas del organismo (sistemas más frágiles y débiles), agudizando la posibilidad de grandes infecciones y heridas, sin mencionar enfermedades contundentes como el cáncer y otras más. Todo esto porque la historia muestra que el hombre en su desmedido afán, no ha reflexionado seriamente en la consecuencia de sus actos. Por eso en esta temporada de Cuaresma debemos preguntarnos de qué manera yo, así no sea el causante del gran desastre, estoy contribuyendo para que la tierra, ese planeta que Dios nos dio, no siga sufriendo tanto.
Hoy son muchas las cosas que podemos hacer por mínimas que parezcan, pues multiplicadas por millones hacen la diferencia. Por eso debemos concientizarnos del problema y actuar en la medida de nuestras posibilidades en procura de mejorar lo que cada día se ve más deteriorado.
El año pasado, antes de que Haití fuera devastada el 12 de enero, en los 10 días previos la tierra se movió en Tayikistán, México, Isla Salomón, Perú, California e Italia. Chile se derrumbó a finales de febrero y la historia se repite casi un año después en la isla japonesa.
Si esta teoría que expongo está alejada de la realidad, qué bueno pasar por atrevido. Sin embargo cuando leí en el 2009 que Corea se había sacudido con un temblor de 4.5 grados en la escala de Ritchter, junto el mismo día que Corea del Norte desafiaba al mundo haciendo una prueba nuclear (25 de mayo), sentí una tristeza enorme por lo que podemos hacer sin importarnos nuestro prójimo, contrariando de manera directa el mandato de Jesús. Dios se apiade de nosotros y especialmente de quienes están alejados de Él.
miércoles, 16 de febrero de 2011
UNA EXPERIENCIA QUE TODO CATOLICO DEBE VIVIR
Retiro 144 de Juan XXIII (Webster Florida)
La pregunta era sencilla y unánime entre los concurrentes ¿Qué hacemos aquí? Todos nos cuestionábamos cuál era el motivo por el que aceptamos este “invento”. La sensación era extraña y algo compleja de explicar, pues el escenario parecía un corral lleno de hombres frustrados, sin guía y sin líder, que con el transcurrir de las horas fueron cambiando porque todo se fue haciendo más fácil, más digerible, más soportable hasta tornarse encantador, inolvidable, espectacular. En el instante en que el tiempo dejó de ser una preocupación y los celulares se callaron, el ambiente cambió. Allí no había espacio para el agite y la angustia diaria de no saber qué hacer con el tiempo y la sociedad en la que nos movemos.
De pronto, sin saberlo, el espíritu del Señor empezó a actuar. Poco a poco aquel espacio comenzó a tornarse cálido, sincero, lleno de amigos. Todo lo que parecía una agresión a la inteligencia, un chiste flojo o una historia mal contada al inicio de la aventura, empezó a llenarse de un matiz distinto. Pasó la primera noche y en la segunda se confirmó que Dios es grande. No lo digo yo, lo dijeron todos los que vivieron la experiencia. No puede ser una locura, porque tanto loco junto sería imposible de manejar. Por eso, en la medida que los minutos transcurrían, que las horas se consumían, se descubría la magia, el encanto, la belleza y el poder de la oración.
Ver el proceso de transformación es un evento indescriptible. No hay palabras que puedan definir el fenómeno, porque el poder de Dios no tiene límites y es imposible resumir o encontrar las palabras exactas para detallar el momento, porque a Dios se le vive, se le siente.
En la jornada de clausura, después de celebrar la Santa Misa, llegó un momento clave, fundamental diría. En ese instante el Espíritu Santo de nuevo se hizo presente, permitiendo que un puñado de hombres que no creían, encontraran el valor para pedir perdón, para expresar el amor represado que habían tenido y que no habían sabido manifestar a sus seres queridos, porque siempre se movieron en la obscuridad, en las tinieblas, en las trampas de la tentación sin un escudo de protección. En ese último instante, quienes no creían, sintieron el valor de encarar su realidad. En esta edición 144 del movimiento Juan XXIII, hubo hombres, con H mayúscula, que decidieron seguir viviendo al lado del Señor. Cuatro peticiones de matrimonio hubo para salir de la clandestinidad sacramental y aceptar el compromiso de fe con nuestra iglesia.
Formé parte de esta historia.
Allí, sentado en la mesa dos, silla uno, vi como Dios obra en todos nosotros, especialmente cuando a Sus oídos llega el clamor, el ruego, la petición de unos padres, esposas, hijos y hermanos afligidos por la angustia y el desconsuelo. Ese ruego constante e incesante es el que logra consumar la apertura total de unos corazones que llegaron alterados en su material. Eran de piedra y poco a poco se fueron debilitando en su dureza, para terminar siendo de carne. Una carne fresca, sana, reparada por la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Al final las puertas se abrieron y Él entró, se posó allí y ahora trabaja con amor por esos hijos pródigos que regresan a casa…! Qué banquete hay hoy en el cielo!
Asistí porque todo lo que huele a Dios me encanta; porque todo lo que me acerque a Cristo me ilusiona y porque es el Espíritu quien me domina desde hace tiempo, no tanto como hubiera querido, pues por mucho tiempo anduve errado en mi ruta sin encontrar ese faro de luz que me guiara en este mundo, rumbo a la santidad.
Sin embargo, al final, tuve que aceptar, con humildad, que no asistí por voluntad propia sino porque Dios así lo quiso. Me di cuenta que la oración es la única herramienta válida para derrotar las adversidades y comprendí que no hay un “arma” más poderosa que la de un Rosario hecho con amor. Fui parte porque sentía que debía pedirle perdón a Dios porque le he fallado, y porque necesitaba orar por un hijo a quien extraño todos los días desde que partió a buscar su destino.
Agradezco a mi padrino Rubén; a Luis Ríos, Edgardo Mercado y todos los catequistas que nos asistieron durante el retiro. A Jorge Garcia y Ángel Lara de quienes aprendí un montón. A José, Severiano, Cesar, Alfredo. Moisés, Fredy y Christian (ellos saben quienes son), porque verlos crecer aumentó mi fe. Gracia también a todas las personas que oraron por nosotros, pues sin su ayuda es difícil soportar tanto remezón junto.
Por eso invito a todos los católicos del mundo para que no desistan en su intención de “pelar” por la paz y el bienestar del mundo. Porque cese la violencia, el odio y la intolerancia. Oremos, como Jesús lo hizo en el monte de los Olivos, en el monte Tabor, en Sus momentos de soledad.
Fue Dios quien nos dejó ese utensilio de fe para que Su gracia divina perdure entre nosotros. Por eso, después de ver con hechos todo lo que se rinde ante Su poder y misericordia, los invito a que hoy pidan lo que necesitan, pero pidan con fe y en abundancia, porque Jesús está más vivo que nunca. Amén.
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