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sábado, 21 de agosto de 2010

LA IGLESIA NO TEME AL HOMBRE SINO A DIOS

!No rotundo a los matrimonios homosexuales!


Hace días la escritora Anne Rice (autora del libro Entrevista con el Vampiro), decidió apartarse de la Iglesia Católica, no sin antes atacar de manera irresponsable los principios de fe que nos unen a través del mundo.

En su anuncio oficial, presentado en su página de Facebook, Rice expresó:
“Hoy dejo de ser cristiana (católica). Estoy fuera. Sigo comprometida con Cristo, como siempre, pero no sigo siendo “cristiana” o siendo parte de la Cristiandad. Es simplemente imposible para mí pertenecer a este pendenciero, hostil, discutidor y merecidamente infame grupo. Por diez años lo intenté. Fallé. Estoy fuera. Mi conciencia no me permite seguir”.

En el nombre de Cristo, me niego a ser anti-gay. Me niego a ser anti-feminista. Me niego a ser anti-control de la natalidad... En el nombre de Cristo, dejo el cristianismo y el ser cristiano. Amén“.

Sus declaraciones, aparte de desafortunadas, tienen una explicación lógica en materia de preferencias sexuales: el hijo de la escritora, Christopher, es homosexual. Por eso no puede favorecer aquellas instituciones o movimientos que no apoyan las relaciones entre personas de un mismo sexo y mucho menos el deseo de formar legalmente matrimonios, sería absurdo.

Ahora bien, el problema no es lo que pueda pensar Rice pues está en todo el derecho de expresar y creer lo que quiera dentro de los límites y el derecho que brinda la sociedad humana, que no es lo mismo que la sociedad espiritual y de fe. El error, porque lo es, aparece cuando pretende confundir y motivar un nuevo sentimiento negativo en contra del catolicismo, sencillamente por no ir en contra de una orden Suprema. Por lo menos así se analiza cuando se lee un comentario que debería no solo ser propio sino íntimo. Por eso los católicos del mundo no podemos quedarnos callados, como si nada hubiera pasado, pues la Iglesia lo único que ha hecho es reforzar una postura que no admite reparos y lo hace públicamente, sin temores.

Aceptar el matrimonio gay sería borrar, de un solo brochazo, todas las bases morales de nuestra sociedad sin mencionar los principios de fe. Permitir que dos personas del mismo sexo se unan sagrada o legal mente pondría el mandato de Dios en el bote de la basura. Por algo la unión hombre-mujer, en aras del amor y la procreación, es el principio social de la familia como célula madre de todos los pueblos del mundo. Eso lo bendice no solo la Iglesia o la sociedad a través de la historia, sino fundamentalmente nuestro Creador.

Los católicos no podemos cuestionar al homosexual ni repudiarlo, pues sigue siendo un hijo de Dios, un ser humano responsable por sus decisiones, y será Él el único que pueda exigirle cuentas por sus actos. Lo que no podemos admitir y compartir es el pecado (la homosexualidad) como tal, pues es una desatención flagrante de la Palabra, omitiendo aquellas explicaciones científicas al respecto las cuales, al parecer, son las únicas que le importan a las nuevas generaciones.

Basta con revisar Levítico 18:22-23 para darnos cuenta de lo que Dios ha mandado por siempre: “No te acostarás con un hombre como se hace con una mujer: esto es una cosa abominable. No te acostarás con un animal: la mancha te quedaría. Tampoco la mujer se dejará cubrir por un animal: esto es una cosa abominable.”

En Romanos 1:27-28 leemos: “Los hombres, asimismo, dejan la relación natural con la mujer y se apasionan los unos por los otros; practican torpezas varones con varones, y así reciben en su propia persona el castigo merecido por su aberración. Ya que juzgaron inútil conocer a Dios, Dios a su vez los abandonó a los errores de su propio juicio, de tal modo que hacen absolutamente todo lo que es malo.”

No pueden pretender los líderes del mundo, los defensores de los derechos humanos, en su limitada capacidad de conocimiento, ir por encima de los mandatos del Señor. Solamente quienes no aceptan a Dios y niegan Su presencia, pueden atreverse a tamaña desproporción, lo que prende las alarmas pues es difícil confiar en legisladores que no profesen una fe, una vivencia espiritual, algo que reclame respeto y temor no solo por sus semejantes sino por un ser absoluto.

No pueden hacerlo, así nieguen la existencia de Dios mismo o busquen eliminar Su presencia socialmente. Es que ahora hablar del Creador en las escuelas es un problema, así como iniciar las sesiones de gobierno por citar solo un par de casos. Es decir que invocar la presencia de un Ser Total, sin principio ni fin, es un PECADO que atenta contra el libre derecho que tiene el ser humano de creer o negar lo que quiera. Algo tan efímero y frágil como es la esencia humana y la vida, son hoy más importantes y valen más que el Dueño único de nuestro ser. ¿A dónde vamos Señor?

Por eso hoy nuestros jóvenes pesan menos por su moral. Negar a Dios es lo más fácil para ellos si ésto facilita los placeres de la carne y el vicio. Ser virgen, para las mujeres particularmente, es un problema, un virus si se quiere, de mayores proporciones. Para los jóvenes varones, por su parte, cualquier experiencia que implique sexo es atractiva por encima del género. El principio de respeto por la mujer está extinguido completamente para convertirla en un producto de consumo de excelente impacto comercial, y de ahí en adelante podríamos seguir enumerando problemas tras problemas en esta área solamente.

Por eso el sexo, los abortos, las enfermedades venéreas, entre otras cosas, no solo se convierten en prácticas, decisiones y resultados comunes, sino que forman parte de la nueva cultura ciudadana que procura la igualdad de derechos.

El tema de esta nota, repito, no es cuestionar a los homosexuales del mundo por su debilidad, sino respaldar a la Iglesia en su postura por defender la Palabra de Dios y los códigos morales de una sociedad cada vez más con deseos de buscar la ruta histórica de Sodoma y Gomorra.

Así mismo, procura que los católicos del mundo, especialmente los tibios y faltos de compromiso, no asimilen este tipo de conceptos sin hacer una análisis serio de los mismos y preguntarse por qué la Iglesia defiende sus principios sin temor.

Aspiramos que todos los “separados” detengan esa ola de comentarios pendencieros y dañinos que emergen sin bases de sustentación. Si existen grupos religiosos que apoyan el matrimonio gay, y dicen ser cristianos, valdría la pena revisar sus postulados e interpretación de la Palabra. Hacer lo inverso a ella es ir en contra de la voluntad de Dios. Claro y sencillo.

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