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jueves, 1 de abril de 2010

SEMANA SANTA, SEMANA DE ORACIÓN Y CONVERSIÓN



(Por: Jairo A. Castrillon)

Esta no es una semana más. Esta semana es la conmemoración del mayor evento que se haya dado sobre la faz de la tierra, así muchos hombres se empeñen todavía en negarlo, en buscar una explicación a lo inexplicable. Por eso hay que vivirla con sentimiento, con una fe absoluta, meditando diariamente, con el alma recogida de nostalgia y en oración permanente.

Es la consumación de una promesa Divina anunciada por nuestro Padre para la salvación de sus hijos pese a sus grandes debilidades, a sus múltiples errores, a sus frágiles sentimientos. Es la confirmación con hechos reales que después de la muerte la vida apenas comienza, se extiende, se prolonga, no acaba. Es la muestra máxima del amor a través del dolor y el sufrimiento. Es el reflejo total y absoluto de un amor sin mancha a pesar del desprecio, de la maldad. Sufrir por salvar a quienes te insultan, te pegan, te menosprecian, te laceran, te clavan en una cruz y se ríen de su maldad.

Esta semana las madres acompañan a María en el intenso dolor de ver morir a su hijo, humillado, maldecido, indefenso, sacrificado. No fue el privilegio de tenerlo en su vientre el que le permite hoy ser nuestra mayor intercesora, suplicante, abogada de los desprotegidos, sino el amor a ese hijo que, pese a ser Dios, fue su vida, su consagración. Así ven todas las madres a sus hijos, como el fruto del amor de Dios, para la gracia y maravilla de la misma vida, del surgir, crecer, desarrollarse para luego trascender cuando se está en la ruta del Señor.

Esta semana Jesús nos enseña como quererle y recordarle a cada instante, todos los días. Pese a la angustia y el desconsuelo que vive, la oración es su única herramienta para mantenerse en la gracia del Padre. Nunca reniega ni hace gala de su poder. Su misión es mostrar cómo se transita por el vía crucis de la vida con dignidad, sin pena y con convicción. Sin renegar, sin soberbia o atado a la mentira. Jesús nunca dudó que fuera a morir, que lo fueran a sacrificar de una manera injusta, pero ante todo humana.

Sin embargo, pese a lo trágico de los sucesos, siempre supo que este paso era obligado para mostrar su verdadera dimensión, el poder absoluto del Creador. Por eso murió humilde, callado, como todo un Rey. Él sabia que la muerte no lo podía atrapar en sus redes, como tampoco lo hará con quienes se mantengan siguiendo sus huellas. Vivió siempre con el Padre, en el comienzo de todo, por la gracia del Espíritu Santo y regreso a Su lado con la tarea resuelta. Cargó la cruz de la amargura por un sendero empedrado, polvoriento, pero ante todo curtido de mentiras y gritos de placer.

Morir por nosotros fue una entrega total después de confirmar con acciones lo que quiere de nosotros. El no solo predicó, sino que practicó. Fue aplicado en sus quehaceres pese a la falta de comodidades. Sabía que el alma no se enriquece con lujos, sino con palabras y gestos de amor, por eso nos mandó hacerlo los unos con los otros. Fue un millonario en sabiduría que no sólo curó los males del cuerpo sino del espíritu. Su riqueza no estuvo apoyada en cosas materiales sino en la nobleza, en la transparencia de sus gestos, de su amistad.

En esta semana de reflexión seguramente muchos irán a misa a “cumplir” con sus deberes religiosos, pero nada más. Sus corazones seguirán aferrados al mundo y no a la gloria de Dios. Por eso esta semana Jesús sabe que de nuevo lo negarán como lo hizo Pedro, así no haya la intención. Sin embargo, espera pacientemente a que alguna de sus ovejas perdidas se una al rebaño y pueda abrigarse en Él. Por eso caminemos con prudencia el camino de la vida, pero vivamos intensamente el placer de recibir la Palabra Viva no del hombre sino del Hijo de Dios quien vino a enseñar que a Su lado todo se puede. Amén

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